Base conceptual.- Enfoque Taurino
- Emilia Arellano
- 2 may 2016
- 9 Min. de lectura
Para dar inicio a este trabajo de investigación, creo que es pertinente el esclarecer ciertas cosas respecto al mundo taurino en su generalidad.
Actualmente, nos encontramos en una coyuntura respecto a la vigencia de las corridas de toros, allí donde las hay. Existe una gran moda, un tanto irreflexiva, que se ha encargado de promover la antipatía inmediata frente a la fiesta brava. Para lograr este cometido, los grupos que lideran la causa antitaurina, se han visto en la necesidad de utilizar imágenes impactantes y frases que apelan a la sensibilidad de las personas.
Por otro lado, muchas veces he escuchado de boca de personas que son indiferentes frente al tema que las corridas de toros son “aceptables” en comparación a otros males que aquejan a los animales. Pero, a mi parecer, la tauromaquia no debería ser sólo “aceptable” a los ojos de la gente, sino que para los aficionados, ésta es completamente defendible desde el punto de vista moral y ético.
Como se mencionó en la introducción de este trabajo, para los defensores de la tauromaquia, este tema está ligado a la sensibilidad, elemento que varía en cada persona.
En las siguientes líneas, pretendo explicar de forma sucinta elementos que integran y son fundamentales para entender la visión de un aficionado a la tauromaquia.
I.- Elementos a considerar
I. 1 Arte y estética
Para los aficionados taurinos, éste espectáculo es ante todo un arte único y completamente admirable. Tanto es así que reconocidos exponentes, de varias expresiones artísticas, de distintos géneros, han visto inspiradas sus obras en la tauromaquia. Este es el caso de Salvador Dali, Francisco de Goya, Pablo Picasso y Fernando Botero en la pintura. Manuel Machado, Federico García Lorca, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Marquez, Rafael Alberti, Ortega y Gasset y Ernest Hemingway, en las letras. Joaquin Sabina, Joan Manuel Serrat, Miguel Bosé, Alejandro Saenz, Rosario Flores, Isabel Pantoja, Andrés Calamaro, Luis Miguel y el Cigala, en la música; en el cine, Pedro Almodóvar, Luis Buñuel, Adrien Brody, Antonio Banderas y Penélope Cruz; entre varios personajes de distintas categorías y nacionalidades que se han mostrado abiertamente taurinos.
Camilo José Cela expresó las siguientes palabras: “El toreo es un arte misterioso, mitad vicio y mitad ballet...” y de la misma forma, Francis Wolff afirma que: “(…) el toreo es un arte raro, que entronca posiblemente con el origen mismo del arte: dar forma humana a una materia natural” (50 razones para defender las corridas de toros, 2011).
Y es que el arte en las corridas de toros nace para los taurinos, desde el momento en que la embestida burda de un animal feroz es cincelada en suaves lances que logran la estética de las manos de un torero. En esta danza que crea figuras entre un hombre y un animal, el aficionado encuentra la belleza.
La belleza del arte del toreo se encuentra en los varios elementos que lo integran. El espectáculo demanda una elegancia clásica, una armonía de movimientos y la perfección de formas.
Así mismo, como un arte único, la tauromaquia encierra otras expresiones que le sirven de complemento para engrandecerla mucho más. El toreo tiene algo de música, de las artes plásticas y de las artes dramáticas y posee también algo de las artes cultas y de las artes populares.
Además, uno de los caracteres más sobresalientes de este arte es su dimensión de la realidad. Este espectáculo se lo presenta como un drama trágico que tiene como finalidad el afirmar una verdad innegable: la muerte, que está presente en todos los momentos.
“La conciencia que el torero y el aficionado comparten de este arte singular se centra sobre la evidencia de su realidad frágil y efímera, en el mismo momento en que éste se esfuerza por despertar la ilusión de una eternidad no permanente. La clave aquí es el temple, cuya finalidad consiste en estirar y lentificar los pases, en otras palabras en dilatar la muerte irremediable de su belleza. El torero esculpe el tiempo como si pudiera adueñarse de él, a sabiendas de que es imposible pararlo. Cada segundo de toreo templado queda envuelto por esta <muerte perezosa y larga>, tan conmovedora como una nota musical en suspenso, última vibración del cante antes del silencio definitivo” (Flores, 2011)
De lo antes dicho, se puede concluir el porqué la lidia es un rito, pues es una puesta en escena de una realidad. Pero la representación de la muerte no puede ser llana y muda, sino que debe estar revestida de simbolismos y rituales que permitan resaltar la grandeza del espectáculo. Es por tal razón que una corrida de toros está envuelta en solemnidades que son tratadas por las reglas de la tauromaquia.
I. 2 Cultura y Tradición
Sin lugar a dudas, las corridas de toros forman parte de un elemento cultural, en los lugares donde se realizan. Cada localidad tiene una forma distinta de sentir y vivir la fiesta brava y eso se da debido a la identidad de cada pueblo.
El filósofo francés, Francis Wolff, da una clara explicación de qué se debería entender por cultura taurina. Wolff afirma que allí donde hay tradición, se ha creado una cultura que permite forjar una sensibilidad distinta respecto a las corridas de toros. Afirma que “coexistir con discursos taurinos, vivir próximo a los toros, relacionarse desde niño con este magnífico y fiero animal, y tener admiración hacia el toro y su bravura…” son elementos esenciales para la percepción singular de este espectáculo (50 razones para defender las corridas de toros, 2011).
La cultura taurina ha estado arraigada en varias locaciones de España, Portugal, el sur de Francia, Ecuador, Perú, Venezuela, Colombia y México; y se puede afirmar que éstos tienen como elemento común una herencia grecolatina vinculada con la percepción de la muerte. El filósofo francés François Zumbiehl manifiesta: “(…) En esta cultura del sur no se considera la muerte como una realidad obscena que debe ser escondida y encerrada en lugares apropiados. Forma parte del ciclo normal de la vida, y por lo tanto conviene tener cierta familiaridad con ella, amansarla de alguna manera, poniéndola en escena. La corrida procede del mismo rito catártico que aquel de la tragedia griega, de la ópera italiana y de las procesiones de Semana Santa.” (Citado en Flores, 2011).
Muchos son los autores, como es el caso también del mencionado filósofo francés, quienes defienden, en el marco de la pluriculturalidad, la necesidad de preservar este tipo de espectáculos, considerados como ceremonias de rituales de una manifestación auténtica de una determinada cultura.
La tauromaquia es una práctica que se ha considerado como una tradición para muchos pueblos y localidades y se ha mantenido, allí donde existe dicha tradición.
Wolff afirma que la tradición es la causante de forjar en determinada localidad, cierta sensibilidad. En su obra, el filósofo francés hace referencia a una sentencia de la Cour d’ Agen del 10 de enero de 1996 en el que se afirma que: “la tradición local es una tradición que existe en un entorno demográfico determinado, por una cultura común, las mismas costumbres, las mismas aspiraciones y afinidades…una misma manera de sentir las cosas y entusiasmarse por ellas, el mismo sistema de representaciones colectivas, las mismas mentalidades” (Citado en Wolff, 2011).
Sin lugar a dudas, en los países donde se realizan rituales vinculados a la muerte, existe una cultura y tradición que percibe a esta fase de la vida como algo trascendente. Estos rituales, normalmente se encuentran acompañados de un toque festivo ya que los pueblos, en los juegos con los toros, han visto una expresión simbólica de jugar con la muerte y el riesgo y así, vivir cada vez con mayor intensidad.
Las corridas de toros son sólo una de las formas de tauromaquia ya que existen muchos más rituales, espectáculos, ritos, etc., que tienen como elemento principal al toro bravo. Lo que caracteriza a todas las tauromaquias es que en ellas se expresa una admiración y un respeto profundo a la animalidad del toro. Es tanto así que en todas las tauromaquias, que se realizan en distintos lugares y con distintas reglas, el animal es visto como un elemento esencial, digno de respeto.
I. 3 Ética
En consideraciones anteriores se ha explicado por qué la tauromaquia debe ser entendida como un arte que tiene su fundamento en la tradición y la cultura de un lugar determinado. Sin embargo, si este espectáculo no tuviera una razón ética para permanecer, éste sería despreciable y por lo tanto, inválido. Para los aficionados taurinos, las corridas son moralmente buenas porque no se va en contra de preceptos éticos universales sino que, por el contrario, la fiesta brava es portadora de valores.
Las personas de la causa animalista afirman que por más que la corrida de toros sea un arte, “matar a un animal por pura diversión”, es aberrante. Lo que sucede es que las personas no conocen realmente la razón de ser de la tauromaquia. No dejan de ver a los aficionados como personas crueles que gozan del sufrimiento de un ser vivo, no obstante esto no es así.
El sentido de la tauromaquia descansa básicamente en dos pilares: la naturaleza combativa del toro de lidia que no debe morir sin demostrar sus facultades ofensivas y la exposición del torero que no puede afrontar a su adversario sin jugarse la vida.
En primer lugar, una corrida de toros no tiene como finalidad hacer sufrir a un animal ni tendrían ningún sentido sin la pelea del toro bravo, que existe específicamente para eso. El sentido de la lidia está en la natural acometividad del animal, su forma de embestir y de defenderse por lo que la lidia consiste en la pelea de un animal predispuesto a la lucha. “Si el toro fuera pasivo o estuviera desarmado, la lidia no tendría ningún sentido. De hecho, no sería una corrida sino una vulgar carnicería (y por tanto, no habría razón alguna de hacer de ella un “espectáculo”)...” (Wolff, 2011).
Adicionalmente, otro elemento que dota de sentido a la corrida es el riesgo permanente de la muerte del torero. El espectáculo taurino intenta ser lo más leal posible. Por tal razón, el hombre, aunque superior, se presenta en una pelea igual porque ambos protagonistas de la lidia poseen armas para su defensa, en el caso del hombre, la astucia y del animal, la fuerza. Tal como si se tratara de David y Goliat. Y de la misma forma en que termina la historia legendaria, en una corrida de toros se ilustra la superioridad de la inteligencia humana frente a la fuerza bruta del toro. La ética y lealtad de la corrida está en que la tauromaquia no permite manipular las armas naturales del animal (fuerza, pitones, trapío) porque la ceremonia consiste en demostrar la potencia de dichas armas.
Por lo tanto, lo que un aficionado hace en una plaza de toros no es ver el sufrimiento o el dolor de una animal, ni regocijarse con una masacre despiadada. Nuestra sensibilidad nos permite ir a admirar a un animal único que tiene una bravura y un poderío impresionante. La tauromaquia en su generalidad, se distingue por realzar al toro y respetarlo, por sus características. En consecuencia de este respeto, las normas taurómacas se han asentado en el presupuesto de que no se puede matar al animal sin que el torero ponga en riesgo su propia vida. “Cuando uno elije jugarse la vida, tiene derecho de escoger otras cosas”[1]. La ortodoxia de la tauromaquia exige esta norma fundamental en la realización de la lidia. Mediante la astucia, se engaña al toro para no resultar cogido, pero siempre debe exponerse el cuerpo al riesgo de la cornada.
Además de la admiración al toro y al torero, la sensibilidad del aficionado taurino le permite apreciar la belleza de los rituales taurinos. Absolutamente todas las actuaciones y actitudes de los que intervienen en una corrida están regulados, ritualizados y guardan un sentido de ser.
“…El ritual porta dos finalidades. Proteger simbólicamente los actos de un hombre que arriesga su vida de cualquier accidente imprevisible, al rodearlos de una tranquilizadora barrera repetitiva. Envolver con un ritual festivo y trágico a la vez, los momentos en los que se juega la vida de un animal respetado, por lo tanto singularizado. Al toro se le distingue como un ser vivo individualizado, que cuenta con un nombre propio conocido por todos con una precedencia genealógica sabida por los aficionados, y al que muchas veces se le aplaude por su belleza, se le ovaciona por su combatividad e incluso se le aclama como a un héroe” (Wolff, 2011).
La corrida de toros se distingue de otros espectáculos en que requiere de que el espectador adquiera la habilidad de contemplar con un goce espiritual, un poco intelectualizado, el ordenamiento litúrgico del ritual.
[1] Frase pronunciada por José Tomas, torero español.
La tauromaquia, como espectáculo universal, se ha hecho portadora de valores éticos y estéticos. La fiesta de los toros es, por esencia, la transmisión del valor humanista. Francis Wolff, en su obra, detalla los valores humanista que son componentes de las corridas de toros. Lo que menciona el autor es la comprensión de la animalidad del toro de lidia en conjunto con la admiración de la inteligencia del torero y que adicionalmente, es de admirar en la fiesta taurina, las virtudes morales del toreo como el valor, la caballerosidad y dignidad, el dominio de sí mismo frente a reacciones instintivas, la lealtad, la sinceridad y la solidaridad (50 razones para defender las corridas de toros, 2011).
“Demostrar que con la asunción del riesgo y la gestión del miedo se pueden superar los grandes problemas. Que con la aplicación del valor y la inteligencia se pueden superar los mayores problemas. El respeto por el contrario, el afán de superación, el compromiso ético con la historia de uno y con la memoria de la profesión que se está ejerciendo. Tantos valores que tienen que ver con el humanismo que están tan en quiebra en estos momentos, desde la universidad hasta la calle. (…)Los toros ayudan a sobreponerse, a vencer el miedo. Los toros manejan valores que están muy desacreditados por el mundo actual, que en el fondo es virtual y falso” (Boix, 2012).
En la entrevista realizada a Salvador Boix, apoderado de un torero reconocido, él afirmó que lo esencial de una corrida de toros es el culto que existe a la verdad. A diferencia de otros espectáculos o expresiones, la tauromaquia presenta ante los ojos de los aficionados una verdad innegable: la existencia del riesgo y la muerte. Verdad que se pretende ocultar en el surrealismo (Salvador Boix, amigo de un torero comprometido , 2012).
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